"Lo primero
que hay que hacer es dimensionar su tamaño"
Detrás de esos tomos pulcramente
colocados en la mayoría de las casas se esconde la labor de cientos
de colaboradores que actualizan periódicamente los contenidos
y los explican de una forma accesible.
"Es una labor oscura, de paciencia benedictina".
Jesús Moya reconoce que su trabajo no es brillante, que forma parte
de esas ocupaciones que pasan inadvertidas y que difícilmente atravesarán
el umbral de la modestia. Sin embargo, sólo este director editorial
de la casa Durvan y los que le acompañan saben que es como un encaje
de bolillos, un rompecabezas que hay que ajustar. Porque elaborar una enciclopedia
puede ser muchas cosas, pero desde luego no es algo sencillo.
Intentar introducir el saber universal en una colección de 20
ñ 30 tomos requiere, sobre todo, una visión de conjunto.
"Lo
primero que hay que hacer es dimensionar su tamaño, saber cuánto
va a ocupar", afirma Mota. Cuando los sondeos comerciales -"no hay
que olvidar que también existe la parte mercantil"- determinan
lo que quiere el público, llega la hora de dar cuerpo y completar
con el texto adecuado lo que se supone va a convertirse en una obra de
referencia.
La editorial Durvan, que acaba de sacar la última edición
de su enciclopedia, cuenta con alrededor de un millar de colaboradores,
alguno de ellos tan prestigioso como el especialista en historia del arte
Simón Marchán Cid. Cada uno encargado de un tema, con un
estilo propio y que tienen que escribir con un lenguaje
"riguroso pero
abierto. Los textos de medicina no deben ser para médicos ni los
de ingeniería para ingenieros", explica el director editorial.
Esta variedad hace que sea imprescindible la labor de la media docena de
personas que se dedican a coordinar y "dar el sello de la casa".
"A veces nos llevamos las manos a la cabeza porque hay que volverlo
a escribir, a darle forma". Hay que tener en cuenta que en una enciclopedia
"no
entra toda la sabiduría del mundo", lo que conlleva un proceso
de selección de las entradas. No todos los datos son imprescindibles
ni tienen derecho a ser incorporados. Las propuestas de los colaboradores
sobre nuevos conceptos o temáticas que han quedado desfasadas son
analizadas y comparadas con otras obras similares de prestigio, como la
Enciclopedia Británica. "No se trata de copiar pero sí
de tener una referencia".
El sexto sentido
En el caso de un trabajo de este estilo, el volumen de los tomos no
se puede extender hasta el infinito. Así que cuando se decide incorporar
un término hay que quitar otro, y "a ser posible del mismo libro.
No hay sitio para más".
Una labor que se ha visto facilitada con la llegada de la informática.
"Antes
teníamos que trabajar de memoria. Ahora, por ejemplo, sé
cuantas veces aparece un término, dónde y con qué
extensión". Esta "continua renovación" se resuelve
con sucesivas tiradas en las que se modifican y cambian encartes.
Tras casi 40 años de trabajo,
"acabas teniendo un sexto sentido"
para saber lo que realmente vale. Diferenciar lo que es noticia periodística
de lo que puede ser un suceso histórico. "Quizá lo de
Diana de Gales dentro de un par de años es sólo humo".
El paso del tiempo dirá si el espacio destinado a un personaje o
a una situación es el apropiado. "Lo del muro de Berlín
y la caída del bloque del Este fue un quebradero de cabeza. Hubo
que meterlo en un apéndice con un artículo de larga extensión.
Ahora se ha reducido en una tercera parte. El de la Segunda Guerra Mundial
queríamos acortarlo. En las primeras versiones tenía una
extensión exagerada. Nos interesan más las claves de lo que
sucedió allí".
DAVID GUADILLA
"Que entre en la estantería"
"A mucha gente le interesa la dimensión de la enciclopedia que
le vas a vender por el tamaño de su estantería. Quiere que
caiga bien, que encaje". Hay momentos en los que Jesús Moya
se preocupa. Sobre todo al pensar que su trabajo es en balde, que las horas
invertidas en revisar y perfeccionar la obra son innecesarias.
"Hemos
detectado errores que llevaban años circulando y nadie se había
dado cuenta". Pequeñas erratas que habían saltado los
controles de calidad y habían quedado impresas durante largo tiempo.
Sólo el azar o el aviso de algún lector que por causas diversas
había localizado el gazapo acabaron con descuidos que pudieron llegar
a mandamientos si se hubiera aplicado el
"es verdad, lo dice la enciclopedia".
Cada mes llegan unas seis cartas de personas que han hallado una falta
o temas que han quedado desfasados a la sede de la editorial Durvan.
"Me
gustaría que fuesen más" apunta Moya, aunque imagina
que este deseo no es nada fácil.
Una cosa es adquirir 30 tomos con gran parte del saber universal y
otra distinta hacer uso de ellos y leerlos.
"La gente que lo hace es
poca, aunque reconocen que es algo entretenido". La intención
es lo que cuenta y, para Moya, cuando alguien decide comprar una enciclopedia
lo hace por un deseo de conocer.
"No tiene nada que ver con que al final
los buenos propósitos queden atrás, no se tenga tiempo de
abrirla y se mire sólo el lomo".
D.G.
|
|